Era medio día y
Dante recién acababa de disfrutar de un moro con asado de cuy que le fue
servido, esperaba ir hacia la alcaldía para poder ponerse al día sobre los
sucesos del pueblo, que sucedía en Garzota y pasar a visitar a Belén.
—Vicente quiere
que pases hablar con el hoy mismo, tiene una llave que dejo tu padre en
herencia, así que te conviene ir— dijo Vinicio mientras recogía los platos.
—No tenía idea de
la llave, ¿Qué abre? — Miró con intriga.
—Creo que puede
ser una caja fuerte que dejo su padre, aunque de esa sé que la copia está en el
despacho y sería raro que le haya dado una copia a Vicente cuando yo poseo
otra. — Se rascó la barbilla tratando de cranear la situación.
—Capaz tenía otra
o es algún cofre o algo, tú sabes lo raro que era mi padre para esconder el
dinero.
—Si, una vez me
pidió sacar una cerámica del piso, enterrar una caja con monedas de oro y poner
una cajonera sobre el lugar para no levantar sospechas— Suspiró, su padre era
precavido en extremo.
—Si, sospecho que
debe de tener dinero escondido, joyas y algún whisky por debajo de nosotros. —
Sonrió mientras abría la puerta de la casa.
—Ojalá sea un
whisky que te dejé ciego y te arrebaté el amor a la bebida —
El mediodía era
un segundo amanecer en el pueblo, las nubes tapaban el sol y la densa neblina
aparecía entre momentos.
La Alcaldía
estaba en la parte central del pueblo acordonada por los petates de los
vendedores y comerciantes, todos gritaban con ferocidad sus precios y la
calidad de sus objetos, algunos ofertaban sangre de drago otros uña de gato y
sólo pocos vendían brebajes de dulcamara para curar y alargar la vida.
La mayoría de los
comerciantes eran indígenas, que salían del alba del barrio indio como se le
llamaba y volvían al ocaso con sus petates al hombro y las mujeres cargando sus
guaguas en la espalda como saquillo de papas.
Se consideraba
que sólo había un centenar de personas en el pueblo como oriundos de este, los
indígenas pedían ser contados aparte, ellos llevaban siglos en las montañas y
sentían que ubicarse como numero era ofensivo, eran parte de la naturaleza
misma o como decían algunos de la Gran Pachamama.
El barrio de los
indios era un lugar pintoresco, lleno de comerciantes y hombres que trabajan el
campo, su líder era Lucio Piguave y él era quien rendía cuentas al Alcalde o
viceversa sobre asuntos importantes; se los conocía como los cuidadores de la
región, en las noches los lugareños aseguraban que desde la montaña más
cercana; Rucu, un cóndor miraba con ojos llenos de rigor y en sus ojos se
podría ver los mismos que Lucio, otros aseguraban que el alcance de sus
habilidades eran tales que en el barrio de los Indios nunca enfermaba alguien,
la muerte y enfermedad allí tenían prohibido entrar solo en caso que algo mayor
al líder del pueblo llegue abruptamente o se relacionen con el exterior.
El caminar de
Dante lento como llama y ofuscado por los vendedores que se le acercaban para
ofrecer sus productos, pues en menos de unos minutos estaba en la puerta de la
Alcaldía, era similar a la de una iglesia y en cada extremo de esta se
encontraba dos tipos altos; guardias que trataban de mantener el orden de los
alrededores, debido a la gran cantidad de comerciantes en el sector siempre
había disputas por los precios o si alguien le robaba un cliente a otro y ellos
eran los que mantenían orden.
Los guardias le
conocían de años a Dante, era un muchacho cuando venía todos los domingos con
su padre para visitar a su padrino, le dejaron pasar sin cuestionamientos, sólo
vieron y esbozaron una sonrisa en sus rígidos rostros como la obsidiana.
En el interior
podían verse cuadros, algunos mostraban los años del pueblo, terrenos conocidos
y al costado derecho se observaba aquel gran Oso de más de dos metros disecado
con sus garras esperando dar un zarpazo.
La recepción era
atendida por una mujer de lentes gordos como un mango y de patas finas como
fideo, era rubia ya próxima a canosa.
—Es un gusto
verte hijo, el señor Vicente te está esperando.
—Lo mismo digo
señora Sarita, ¿Cómo está su hijo Víctor?
—Se fue con su
padre a los buques pesqueros, hace unos meses vino a visitarme y probablemente
venga dentro de unos días.
— ¿Cómo así
vendrá? La temporada de pesca es muy grande ahora.
—Quiere darle su
pésame a Doña Rosa, ya el Alcalde te comentara. —Suspiró amargamente, Carlos
era un buen muchacho y es una pena que allá encontrado un final tan incierto.
—Desconozco un
poco el tema, es una tragedia que este abandonada Doña Rosa, creo que le
visitare apenas me desocupe de aquí.
—Sí, yo la visito
los días viernes para poder ir a conversar, pasa de una vez hijo. — Sonrió.
La oficina era
grande y en el fondo se distinguía un gran cuadro del pueblo en sus comienzos,
pintado a carboncillo y con efectos de sombra. En la pared derecha estaba un
cuadro del Alcalde estrechándose las manos con un hombre.
—Ese es un buen
cuadro de tu padre, parece extraño que fue el quien se marchó cuando yo siempre
fui más enfermizo. — Su voz al final se tornó triste.
—Sí, pero la vida
es una ruleta y cuando toca no podemos reclamar.
— ¿Cómo has
estado ahijado mío? — Se levantó de su asiento para saludarlo, era un hombre
más bajo que Dante, pero con hombros y espalda tan anchas como una puerta.
—Bien, lo mejor
posible que permite este país. — Lo abrazó y al separarse tomo asiento frente a
su escritorio.
— ¿Qué asuntos te
trae hasta aquí?
—Vengo para
arreglar unos asuntos de la herencia de mis padres, ya es más de un año desde
su muerte. — Su voz sonó seria, pero sin ningún sentimiento en ella.
—Sí, es
lamentable aquel suceso, dudo que te tome más de un mes todo el asunto. — Sacó
una pequeña porción de membrillo de un cajón y comenzó a comer.
—Pienso extender
mi tiempo hasta dos meses en el pueblo, por cierto, tengo una pregunta que me
tiene angustiado.
—Dímela con todo
gusto te responderé. — Le sonrió mientras buscaba algo en sus cajones.
— ¿Quiénes son
los sujetos que están en Garzota? —Le miró intrigado.
El hombre dejó de
buscar en sus cajones, el ambiente se tornó serio, podía sentirse el viento
correr alrededor de las afueras, Vicente puso sus manos sobre la mesa y en una
acción casi imprevista tomó aire como que si lo que fuese a decir seria
extenso.
—Me sincero, pero
ni idea de quienes o que son ellos. — Fue interrumpido antes de continuar.
— ¿Por qué dices
quienes o qué? Acaso no son personas no más.
—Eso está en tela
de duda, las personas que vinieron de Juján algunas, debido que la gran mayoría
se quedó tratando de levantar el pueblo, confesaron que aquellos sujetos eran
más que malas personas. — Su voz fue tan seria como si un doctor te dice que
vas a morir sin inmutarse tan siquiera.
— ¿Qué tan
“malos” son estos tipos? —Dante estaba inquieto y sentía que la respuesta sería
peor de lo que imaginaba.
—Esos tipos
llegaron de la nada, una docena de ellos y un tipo que llaman Líder, fueron
armados un día que según los lugareños fue el día más sobrenatural de sus
vidas.
— ¿Qué tiene de
sobrenatural?, ¿Acaso venían con pieles de animales como salvajes o qué?
—No, tampoco eran
de una tribu africana, Juján ese día estaba oscuro, bien sabes que es el pueblo
que más sol recibe, pasada las tres de la tarde un silbido se escuchó al
unísono, todos hicieron caso omiso, pensaron que era algún afilador de
cuchillos avisando sus servicios, en menos de un par de minutos el pueblo fue
consumido en una niebla espesa, era como si una nube se hubiese posado sobre Juján.
—En Juján casi no
hay niebla, peor una de esa magnitud, ¿Qué tiene eso de sobrenatural en todo
caso? —la duda e incertidumbre le llenaba la cabeza.
—La niebla era
tal que nadie podía distinguirse ni sus dedos, quien me contó dijo que en un
momento repentino comenzaron a oírse un par de disparos y gritos, todo mundo
comenzó a correr como toro en furia, nadie sabía hacia donde, pero lo que si es
que aquel lugar era peligroso.
—Al cabo de unos
minutos se escuchó un fuerte chiflido que agrieto los vidrios y a más de uno le
repercutió los oídos, la neblina se disipó al instante y en la Alcaldía estaba
tirado el cuerpo de un tipo desconocido, una decena de tipos estaban allí, armados
y un sujeto de no más de treinta años con otro de tez oscura y aspecto enorme
se acercaron a los tipos armados, parecía ser los jefes según muchos lugareños.
— ¿Acaso usaron
magia o alguna cosa para crear la neblina? ¿Qué le paso a la policía?
—Los que estaban
de turno fueron encontrados en sus puestos con la garganta cortada y otros con
balazos, los únicos que se salvaron fueron los de civil que están ahora aquí
algunos y otros que vendrán pronto.
—Eso quiere decir
que hay media docena de tipos guiados por un sujeto treintón que pueden matar
en una niebla como nube.
—Exacto, también
está el hecho de que andan bien armados.
—José, me contó
que son más de medio centenar de tipos armados, ¿Qué paso? usted me dice que
tan solo es una docena ¿y más?
—Ese punto quería
llegar, esa docena y más de malditos comenzaron a reclutar cuanto ladrón podían
en los pueblos que atacaron, Juján fue el primero y actualmente Garzota.
— ¿Qué les
ofrecieron a esos ladrones?
—Comida, un techo
y droga, aquellos bastardos quemaron cultivos y comenzaron a esclavizar para el
cultivo de hachís y existen rumores que cultivan aliento de diablo.
—Entiendo,
buscaron hacerlos perros fieles, ¿Por qué no han hecho un llamado a los
militares?
—Se intentó, pero
no hay respuesta alguna es como si se hubiesen olvidado de la región y ahora
estamos a nuestra propia suerte.
—Entonces debo
suponer que la llegada de las personas a Garzota y a Juján es para asustar el pueblo en caso de
que lo ataquen, ¿Me equivoco?
Los gestos del
alcalde marcaban lo obvio, su frente parecía cansada y con arrugas, mientras
sus ojos taciturnos estaban deambulando en busca de la respuesta.
—Si, algunos
aceptaron venir, los policías que sobrevivieron y ofrecieron donar sus armas,
pues muchos consideraron que era más que obvio que este pueblo sería el próximo
—su voz sonó triste y lenta con cada silaba pronunciada.
—Entonces este
pueblo es la última resistencia, deberíamos hacer algo más que tratar
contenerlos.
—Dante, somos
pocos y los hombres de aquí están enojados, llenos de ira e impotencia por lo
que ha pasado, quieren sus tierras en paz y ese loco con sus matones viene y
silba, crea un mar de nubes de la nada y mata a las personas como si fuese
deporte, todos quieren un final sea bueno o malo.
—Desde ese punto
de vista es algo duro, pero parece que todos se dejan llevar por instinto y si
me dejas ir con un par de personas buscar quien es ese sujeto, ir a Garzota
para entender mejor la situación.
— ¿Crees que
yendo allá podrías matarlo? ¿Cómo sabes que no tendrá una maldición o sabe Dios
qué magia cuidándolo? —sus cejas arquearon en forma curiosa.
—Si lo veo
enfrente y tengo seguridad de que es aquel sujeto sí, pero no creo mucho lo de
la magia y aunque sería bueno intentar, en pocos días vendrán esas personas
aquí y bien sean ellos quienes ataquen o las personas aquí iracundas, se tendrá
que tomar una decisión.
—Lo sé, pensé que
deberíamos ir todos hacia Garzota, pero hay personas, niños y más allí. No
sabemos qué harían esas bestias.
—Hagamos algo,
dame tres días para organizar mis asuntos y también piénsalo tú, te propongo ir
en expedición será fácil, un grupo pequeño que en caso de no volver deberán
estar ustedes a la espera de ellos—sugirió Dante.
La oficina era
fresca, el viento chocaba con las ventanas y la mente de Vicente al igual que
un engranaje trataba de llegar a una decisión eficaz y prudente, consideraba la
idea de Dante audaz, pero más efectiva que el hecho de estar esperando hasta
que esa nube de muerte ataque el pueblo y muera sin más en la más espesa
neblina.
—Es una buena
idea, pienso que apures tus asuntos y yo te responderé después —respondió
mientras se rascaba la barbilla.
—En vista de eso
me despido, espero la situación mejore significativamente —se levantó y
despidió con un apretón de manos.
La oficina en a
su partida volvió a ser vacía, triste y simple, solo en ella estaba un hombre
de su mediana edad, con preocupaciones mayores que el número de las hectáreas
del pueblo y con incertidumbre sobre que podría hacer en una situación tan
fuerte, había oído de voz de las víctimas en Juján que aquellos hombres eran
peligrosos no como cualquier borracho con un arma, sino como lobos hambrientos
e impredecibles como la naturaleza misma.
Un hombre les
había reclamado y dijo no tenerles miedo alguno, el líder de ellos, un tipo de
cabellos negros con un rostro fino como lobo, pero con ojeras casi negras como
mapache, piel de pescador y manos de constructor, lo enfrento, le dijo que si
no posee miedo lo ataque en ese momento, el hombre le lanzo un puñetazo, pero
se le fue bloqueado por el líder que lo tomo de la garganta, el hombre menciona
que en ese momento sintió como si algo le quemara, su mano olía a azufre y
estaba caliente, de no ser porque lo tiro al suelo hubiese sentido como su
cuello se volvía mantequilla, la familia del hombre apresuro por recogerlo del
piso mientras este daba vueltas de dolor por la quemadura, el líder los mando a
sujetar, los arrodillo y amenazo a todos los presentes que al moverse los
castigaría igual, ordeno que apunten a las cabezas de todos excepto del niño
más pequeño, sus dos hijas ya mujeres y su esposa yacían arrodilladas en el
suelo en un mar de lagrima, el hombre rompió en llanto y suplico perdón, dijo
temerle ante todo lo que existe en la tierra y que no les haga daño.
El silencio
invadió a todos, era ese tipo de silencio antes del que se ahorca un preso o
alguien muere, solo se pudieron escuchar unas palabras, fueron pronunciadas con
tanta frialdad que todos sintieron que el clima bajo al terminar la oración.
—La desobediencia
se paga y siempre debe ser castigada para que así aprendan que no deben pelear
contra lo indetenible. —sonrió, sus dientes eran perfectamente blancos y tenía
incisivos largos como lobo.
Solo se
escucharon dos sonidos después de esas palabras, los disparos y los cuerpos
cayendo al suelo, las personas contenían la respiración, sentían el miedo
mezclarse junto al frio y la neblina creando una sensación que hacía revolver
las tripas y tiraba el alma hacia fuera.
El hombre abrazo
a su hijo, lloraba, pero no gritaba, veía como los tipos se marchaban
tranquilamente hacia la Alcaldía, en un acto de rabia y estupidez desmedida, le
arrebató el revolver a uno de los hombres de cerca y apunto al líder, este notó
el acto y se detuvo, comenzó a reír, una risa grave, contagiosa, pero cubierta
de sadismo, el hombre apretó el gatillo y la sorpresa que se llevo fue dolorosa
e injusta, el revolver explotó en su mano derecha, le destrozó el dedo índice y
anular aparte de quemarle la mano.
Todos vieron
aquel acto como imposible, un milagro maligno de que la bala no llegue a su
justo destino y un hombre bueno pierda no solo parte de su familia, sino que su
mano dominante sea dañada.
Secuela: Los que Habitan Abajo
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