La noche
dócil, vigilada por una feroz luna llena resplandeciente, calles angostas y
oscuras forman un corredor largo, hasta que la vista alcanzaba el puerto y se
perdía en la neblina hambrienta.
El invierno
en la Costa es lo más refrescante del año, pero sus inoportunas inundaciones,
lluvias de paso y malas calles lo hacía el pantano más elegante del mundo.
Los días eran
largos, el sol se escondía por intervalos y le cedía el puesto a las nubes
negras que descargaban toda su ira y tristeza en la tierra hambrienta de
lamentaciones.
En el sur de
la ciudad, se encuentra Sausing, el barrio más acaudalo, donde residían
empresarios y políticos, un sector casi inaccesible para las personas de clase
media.
La casa más
vulgar de todas era la primera villa, por sus pinturas tan vivas como unos
papagayos, todos asumían que allí se daban fiestas con lagarteros o era usada
de burdel, sólo un hombre vivía en aquella vivienda de colores vomitivos.
Su dueño,
Dante de la Cruz era alguien de treinta años, exmilitar y comerciante que sólo
se daba el placer de vivir en la ciudad costera por sus noches de bohemia en
los Cerros.
Hace diez
años la Guerra del fin del Siglo terminó, llevándose consigo inocentes,
alegrías, el partido liberal y destruyendo a la nación enemiga que sufrió una
revuelta interna quedando sumido en un caos infernal.
El ganador
fue elegido por tener medio millar de muertos menos y ser quien logro seguir
peleando aunque sea con palos y piedras, no quedaban suficientes recursos, lo
que género en una hambruna sin precedentes, mientras que el perdedor tuvo que
someterse a múltiples humillaciones y la guerra civil que estalló, facilito la
entrada de una potencia extranjera que diezmo sus campos y terrenos ha solo
cenizas.
En aquella
querella tan grande que hizo resonar el océano, sacudió los Andes y alimento al
viento de sangre; Dante era un oficial militar, una costumbre transmitida de su
herencia familiar, como hijo de un gran hacendado en la Sierra y representante
de los intereses patriotas de todo un pueblo, se dejó llevar por el calor de la
sangre y desfilo hacia la guerra, con afán de quitarse el amargo sabor de su
tierra natal, volviendo asqueado de la violencia, la política y la ambición,
decidió vivir en la costa, mientras sus negocios fluían en su debido tiempo.
Sus visitas
eran siempre amigos, clientes y damas ocasionales con las cuales no entablaba
mayor conversación que un par de noches, gozaba de amistades superficiales con
intereses de por medio.
Su puerta
retumbaba y al grito de un gallo se levantó de su hamaca en el patio para
atender aquella visita tan intensa.
Abrió los
cerrojos con recelo y lagañas, sólo dejó un fino espacio entre el marco y la
puerta para ver quien lo buscaba con tanta insistencia.
La sorpresa
era grande, como su casa pintoresca, un hombre en su mediana edad, con bigote
de brocha, bajito y lentes lo veía con una sonrisa nostálgica; Vinicio el
administrador y pseudomayordomo de la familia estaba en su puerta después de
muchos años (se adjudicó el solo aquel título por fastidio de ser llamado
criado o empleado).
—Hace más de
una quincena de carnavales que no te
veía Dante.
—Lo mismo
digo. — Sonrió mientras abrió la puerta con tal fuerza como lo hace un cura
cuando llega la navidad.
Lo invitó a
pasar y le sirvió un vaso de jugo de mango, junto a unos chifles con queso.
— ¿Qué
asuntos te traen aquí? —
—Vine a
buscarte para arreglar los asuntos sobre tu herencia—
El carisma de
Dante se tornó en seriedad y sus gestos mostraban fastidio al hecho de
aproximarse a dicho tema.
—No tengo ni
la más mínima gana de ir allí—su voz era fuerte.
—Es tu casa,
tu tierra y debes reclamar tu condición como heredero antes que esos ridículos
diputados expropien las tierras de tus padres para sí mismos—
La noche
estaba por caer y el sol peleaba por permanecer unos pocos segundos más, el
atardecer era tan naranja como cascara de mandarina y las nubes acaparaban
estrepitosamente el cielo como peces en un rio.
—Si lo pones
de ese modo… pienso ir, pero no creo estar más de lo que resta del invierno—.
—Perfecto,
espero que partamos en tren después de la misa de mañana—
—De acuerdo,
quédate en la habitación superior a la derecha y ponte cómodo, mientras estemos
aquí me ocupare de hacer unos trámites—
—Espero te
invada la curiosidad de ver cómo han cambiado las cosas después de tantos años—
Sonrió para
evitar dar una respuesta irónica y se fue a servir un vaso de ron con caña
manaba para sobrellevar el frío que había recrudecido a causa de la lluvia y
los vientos gélidos de los cerros que bajaban con fiereza.
La ciudad era
una perla vista desde los barcos que venían del Pacifico, todos los días en el
puerto llegaban extranjeros que compraban pasajes de tren para viajar hacia la
Sierra y conocer sus ciudades con aquella gastronomía rica en granos y
tubérculos que encantaba a Dante.
El domingo al
sonar las campanas dando por terminadas las misas del día, en la estación del
tren comenzaba a proliferar los pasajeros de manera estrepitosa, mujeres,
niños, extranjeros aventureros y más formaban parte del tumulto.
El viaje
tenía tres escalas: en el centro de la Costa, el portón Andino y la Capital
asentada en el centro de los valles.
Al bajarse en
la estación del portón Andino ubicado en el pueblo de Guayacanes tuvieron que
esperar la llegada del jardinero en un carruaje que los llevaría hacia el
pueblo, mientras descansaban podían ver los valles, las montañas tan blancas
como nubes reposando en la tierra y llamas que paseaban a lo largo.
— ¿Qué buena
nueva lo trae por aquí jefe? —preguntó mientras manejaba los caballos.
—Asuntos de
la herencia —sonó tajante.
—Oh entiendo,
los sembríos están prósperos este año y le doy palabra que en el pueblo se
alegraran de verlo—.
—Deberías
visitar al señor Alcalde y pasar por el cementerio—intervino Vinicio.
—Lo tengo
pendiente, saludar a mi padrino es lo mejor y quizás pase también por el bar
del pueblo para conversar con las demás personas—
—Ojalá sea
sólo conversar y no te andes llenando de vino como pavo—
—Calma,
tampoco es que me pienso a quedar hasta la fiesta del Inty Raymi —respondió
sonriente.
—Debería al
menos esperar un par de semanas y celebrar con el pueblo—
—Como falta
una quincena quizás si la célebre, José espero el jardín luzca tan bello como
lo recuerdo—
—De eso no
hay duda, las orquídeas han crecido perfectamente.
La suave
brisa con rastros de granizo entraba en el carruaje, podían ver en la ventana a
lo lejos El Valle de la Alborada con sus casas, sembríos y terrenos vacíos.
Algunas
viviendas eran pequeñas como chozas hechas de adobe y cemento, mientras otras
eran grandes, de no más tres plantas con excepción del hostal que se hallaba a
la entrada del pueblo, su figura imponente y sus cinco plantas parecían
desafiar la aguja de la iglesia con su campana retumbante que se escuchaba
gracias al eco de las montañas.
Los animales
estaban en los rincones del pueblo en establos con excepción de las llamas que
deambulan libremente; suelen usarse como transporte gratis de un lado a otro
del pueblo y los cuyes que bien entraban a las casas sin visita y pasaban a
formar parte de la familia o de la comida en otros casos.
En el centro
del pueblo sobre el lado derecho del cementerio se encontraba la gran casa de
la familia De la Cruz-Espinoza, un jardín bien aglomerado de orquídeas,
tulipanes y rosas, tomaba posesión de la vista hasta encontrar el portón de la
casa, una puerta negruzca de guayacán daba la bienvenida a la gran vivienda de
dos plantas que disponían de una terraza techada con vitrales simulando el
atardecer de lo que un artista pensó que debió haber sido el primero de todos
los tiempos.
La puerta fue
abierta como Santuario en fiestas, las baldosas de la casa se intercalaban con
sus colores como tablero de ajedrez.
En la puerta
les recibe sonriente una mujer sexagenaria con los brazos abiertos y tanta
dulzura en su mirada que opacaba el jardín.
—Bienvenido a
tu casa y espero disfrutes pasar aquí como en la niñez—
—Muchas gracias,
Doña Nelly —dijo Dante abrazando a la mujer, mientras esta le miraba llena de
felicidad.
—Han pasado
diez años desde que te marchaste y aun no puedo creer que hayas vuelto ya tan
hombre, luces como tu padre—
—Hace años
que alguien no me decía eso. —Sonrió torpemente.
—Obvio, si
has vivido al margen de tus raíces como fruta que se cambia de árbol—le miró
con ojos de regaño.
—Sí, pero ya
que Vinicio fue a verme y los asuntos me traen aquí pienso quedarme unas dos
semanas y pasear un poco—
—Eso espero,
tengo preparado tu plato favorito y hazme el favor de no andar tomando
tanto—gruñó—. Esa costumbre fea de tomar a cualquier hora de tu padre la sigues
teniendo supongo.
—Ya la he
dejado tan de lejos como la Costa esta de nosotros—
—Eso espero,
sin más lloriqueos entremos y ven directo al comedor que te espera un exquisito
Llapingacho—
El interior
de la casa era elegante y sobrio, las paredes revestían cuadros de paisajes
diversos, brindaba una visión de galería de arte.
Al fondo de
la sala nacían las escaleras, estas se bifurcaban para distribuir a los
corredores superiores de la casa, el comedor era una habitación en el costado
derecho, solo se encontraba la empleada, la mayor fue quien lo recibió con
tanto afecto; mientras la menor era una muchacha de no más de sus veinticinco
años.
Un gran
cuadro reposaba sobre la pared adyacente a la cabecera de la mesa, un hombre
alto estrechando manos con otro de estatura mediana y de escaso cabello se
podían ver, ambos estaban vestidos con garbo y sonrisas esperanzadoras.
—Me encanta
esa foto de tu padre con el Alcalde —dijo Vinicio.
—Lo mismo
digo, creo que existe otra en el despacho de la Alcaldía. —Sonrió Dante tomando
asiento.
Le fue
servida la comida, disfruto de jugo de tomate de árbol, yapingacho y de postre
una barra de membrillo. Vinicio comió a su lado mientras le comentaba el
aumento de la peligrosidad en el pueblo, los malos climas y las buenas cosechas.
La casa
ostentaba la fama de pertenecer a una familia que hace décadas fueron dueños
del pueblo, no está más que decir que todo formaba grandes hectáreas de una
sola haciendo: La Clementina.
Durante años
se debatió sobre la abolición de la esclavitud, muchos conflictos se formaron,
masacres y peleas entre bandos. Había cantares antiguos sobre dichas gestas que
incluso remontaban las épocas de los reinos, en todas esas historias se
encontraban los hawisqas, el pueblo que afirmaba haber sido el dueño de la
tierra por decreto divino y que le fue arrebatada por los conquistadores.
El hecho más
grande sobre abolir la esclavitud se dio en una rebelión de hawisqas en el país
vecino hace muchos siglos atrás, en los tiempos de los reinos, se congregaron
una enorme cantidad de ellos en un sector que fortificaron y desde el cual
orquestaban ataques a terratenientes por libertad y recursos, eran guiados por
un líder que supo crear estrategias capaces de poner en jaque a todo el mundo
obligándolos a ejecutar una alianza militar que al día actual no ha sido vista,
para evitar que el fuego se propague.
El fin del
suceso y que hechos acontecieron son muy difusos, cuando llegaron los
conquistadores de nuevo, se crearon grandes quemas de libros y el tema fue
prohibido, dicen que culmino luego de tres grandes guerras que diezmaron a
todos por igual y los sobrevivientes fueron asesinados en público para crear
miedo en el corazón del hawisqa que osaran rebelarse.
En la Guerra
del Siglo muchos hawisqas participaron protegiendo la frontera y se les
concedía su libertad en caso de sobrevivir, pero solo eran carne de cañón que
el gobierno busco utilizar.
La gran
mayoría de Terratenientes en la Sierra rechazaban el hecho de abolir la
esclavitud, les permitía no necesitar de mano de obra remunerada y los abusos
no eran pronunciados, pero con la subida de un nuevo Presidente descendiente de
aquellos rebeldes, hubo un cambio con fuerza imponente la ley, los esclavos
gozaron de derechos y libertad proclamando que pronto estaba el día que verían
otra vez Machu Raqay con fulgor al igual que sus ancestros.
La familia De
la Cruz recién posicionada como hacendados, antes de los cambios legales sobre
la esclavitud, había cedido la mitad de sus tierras, animales y cultivos a los
hawisqas, mientras decidieron tomar la elección de pagar por la mano de obra.
Todos los
hawisqas y más personas que recorrieron la hacienda decidieron juntarse y
formar un pueblo.
Pasaron años
para que este hecho fuese reconocido como el primer hito en contra de la
esclavitud, ya una década antes de ser abolida el pueblo existía y muchos
antiguos esclavos e indígenas reprimidos buscaron refugio aquí.
El Valle de
la Alborada fue creado entre hombres trabajadores y conocedores de la
naturaleza, se dedicaron al comercio y la mejora del mismo pueblo.
Cada década
escogían un alcalde que debía ejercer sus funciones por el bien del pueblo y
buscaba consejo en las personas más ancianas del pueblo por su experiencia.
Todavía se
festejan las grandes ocasiones de los antiguos orígenes en agradecimiento hacia
la naturaleza.
Existían
muchas viviendas, también se encontraba un hostal, una clínica, el gran mercado
central, el santuario del sol, un bar infaltable; pues en algún lugar se debían
desquitar del frio con aguardiente, el cementerio que pocas veces recibía
visitas con excepción a los primeros días de noviembre, el gran mercado de los
Shyris, la Alcaldía y la casa de la familia De la Cruz que era la segunda
edificación más grande pero la más elegante en todo el valle.
El almuerzo
había acabado y los platos estaban resonando con el agua, el periódico siempre
llegaba tarde pues quien lo reparte no es muy amigo del frio y prefería
hacerlos esperar aun cuando solo llegaba una vez a la semana. En el comedor
José el jardinero leía con fastidio y su mirada se tornaba más contrariada aun
cuando parecía que usaba el acto de leer para ocultar su enojo.
Dante le
conocía de toda la vida y un hombre tan caritativo que se comporte de esa
manera significa que algo grave sucede.
— ¿Qué te
molesta? ¿Acaso te ganaste la lotería y botaste el billete? — Sonrió mientras
se le acercaba.
—Ni eso me
pondría con tanto fastidio, mi amigo el hijo de Doña Rosa ha desaparecido hace
bastante tiempo en el pueblo vecino y muchos creen que murió.
— ¿Quién
Gabriel el escritor? — La curiosidad invadió a Dante que tomó una silla y se
quedó viendo atento a José.
—No, ese vago
se fue a la Costa y se hizo de compromiso, Carlos el vendedor es quien no
vuelve, la misma Doña Rosa me dijo que lo da por muerto.
— ¿Por qué no
han hablado a la policía del otro pueblo?
—Ya no
existen en lo más mínimo, un grupo de locos armados se tomaron el pueblo,
mataron a los que se opusieron y botaron a los demás—
— ¡Cómo! —Sus
ojos se abrieron totalmente y no procesaba lo que había escuchado.
—Un grupo de
tipos armados hicieron eso, tomaron el pueblo y por más que se llamó al Líder
Provincial nadie dice nada—
—Me parece
algo ridículo, ¿Por qué la policía de aquí no ayuda? —
—No alcanza,
son muchos tipos armados y aquí los policías rara vez lidian con un crimen, los
problemas son riñas de borrachos más que nada—
— ¿Porque
mejor no llaman a la policía de Juján? —
—Señor, aquel
pueblo fue arrasado por los mismos sujetos que se tomaron Garzota—
— ¡Carajo!
Entonces en pocas palabras seguimos nosotros—
—Al parecer
sí, pero la semana próxima vendrán personas que fueron de Juján y de Rosales,
dicho pueblo sufre de una gran cantidad de heladas así que buscan refugio aquí
y temen ser atacados. Muchos tienen miedo de que tomen este pueblo, pero
gracias que somos lo más alejados estaremos bien por un buen rato pienso—
—Entiendo,
igualmente pienso preguntarle a mi padrino sobre el tema y ver si logro
contactar con amigos—
—Lo mismo
pensé, pero cuando fui a Juján a buscar a mi primo lo que vi no era obra de
personas, estuve en la guerra como usted, pero ni allí vi tantos horrores—
— ¿Qué
vistes? —La curiosidad le invadía, pero sentía un temblor de saber qué
respuesta obtendría
—Todo fue
quemado, vi el fuego devorar una aldea en la guerra, pero en ese lugar había
pasado un torbellino de fuego, personas mayores, niños y mujeres estaban
muriendo de hambre. Los campos quemados hasta la última hectárea y las casas
eran un montón de ceniza. Caminé entre polvo y huesos para encontrar a mí
primo, gracias al cielo estaba vivo, aunque en un estado famélico, pero créame
que parece que el fuego del abismo se liberó allí—su mirada era profunda y
llevaba hacia una pequeña luz danzante, roja y naranja, aquellos ojos habían
visto una tierra abatida.
— ¿Cómo pudo
haber tal fuego si el frio y los vientos son feroces? Y un bordea el norte de
dicho pueblo—
—Nadie sabe,
pero lo que sí puedo decirle que ese no es el fuego común que pude ver en la
guerra, olía azufre por donde sea y todo era reducido a cenizas, nada quedaba a
medio quemar, incluso el lago estaba seco, aquello que sucedió allí no podía
haber sido causado por el hombre, ni aun en época de guerra existe tales
instrumentos—
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